Mario Iván Martínez

Actor, músico y cuenta - cuentos

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Un actor en toda la extensión de la palabra

En familia con Mario Iván

Por Jorge Acuña

Mario Iván Martínez es un excelente actor. Su reciente participación en el programa infantil dominical por excelencia, “En familia con Chabelo”, lo refrenda en plenitud, en forma.

¿Cómo un actor es capaz de conocer tan bien sus dotes y explotarlos con esa maestría? Solamente su audacia y su vocación responden con ese tipo de garantía que dan las tablas.

Hijo de actores, desde pequeño Mario Iván desarrolló esa inmensa capacidad para actuar, para expresar, para hacer entender a su semejante lo que perfectamente quiere comunicar en cualquier personaje. Este artículo podría llevarse semanas mencionando su trabajo, diseccionándolo –al tiempo de volver a disfrutarlo-, pero me referiré únicamente a su participación con “Chabelo”, un hombre que, por cierto, ha sido sumamente escrupuloso al elegir a sus colaboradores y generalmente lo hace con acierto, de ahí la longevidad del programa.

Recientemente veo a Mario todos los domingos. Ahí está, al principio sin nada de producción, ahora le han colocado algunos objetos, inclusive en algunas ocasiones ha grabado su participación, pero sus principales herramientas, la palabra y su actuación, siguen como vista frontal. En lo personal lo gozo más cuando está en vivo.

Cuenta cuentos, describe y actúa cada uno de sus personajes, hace auténticas obras de teatro de menos de cinco minutos, altera voces, interpreta al padre, a la novia, a la hermana, al pretendiente, a la suegra, al malvado, y todo se le cree. No hace falta cerrar los ojos. Su cuerpo se transforma, se adapta, se envilece, se enternece, se agazapa, todo a la velocidad del trueno. Carajo, no había visto esto desde los tiempos de Chaplin. ¡Qué capacidad de actor!

Cuando interpreta sus cuentos o fábulas en vivo hay que ver al auditorio al llegar al clímax y a la conclusión: silencio, no hay reacción de instancia, luego se asombran de ver lo que ocurrió y festejan y ríen como solamente lo pueden hacer cuando reciben un regalo –y ya muy pocas veces ocurre en las artes-, en este caso, de la excelencia actoral.

Pero el trabajo de Mario Iván es así, natural. Asombra porque él también se asombra, se sorprende de su propia capacidad y goza con los textos, con la palabra, con la idea de escritores que muy pocas veces alcanzan a ver su obra tocar esos niveles de interpretación. ¿Y cómo?, si lo que hace Mario Iván nace de la letra para después conseguir una vida propia.

Hace unos días, en Radio UNAM escuchaba algunos fragmentos de “El llano en llamas” leídos por el propio autor. Me produjo aburrimiento, sueño, flojera. Su voz es monocorde, sin alteración, plana, sin sentimiento. Pienso en lo maravilloso del texto, expresado tan mal. ¿Y si Mario Iván lo retomara? Sin duda le regresaría la grandeza que posee.

Es bueno señalar que escucho a Mario Iván Martínez por simple gozo, ya que a la fecha no hay en casa ningún infante a millas de mi domicilio, es decir, no tengo que sortear el ataque de esos trogloditas durante las mañanas; pero, más como una buena acción del día, debo recomendar a ese juglar rubio y de cara sonriente que una y otra vez me recuerda lo divertido y gozoso que puede ser la vida con estos seres.

Una recomendación más: si por ahí encuentra en cartelera la obra en la que también participa Mario Iván Martínez, “El año que fuimos imperio”, no dude en ir a verla, lo invertido le durará toda la vida. Mire que ver a Agustín de Iturbide, a Vicente Guerrero o al propio Santa Anna más allá de las estampas le hará comprender mucho de lo que actualmente son Madrazo, Calderón y AMLO. Lo triste para estos últimos es que deberán esperar por un Mario Iván Martínez para que los interprete y gocemos con una obra al respecto.